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Encuentro cercano con un profesional bilingüe

Ya hemos hablado en alguna entrega sobre la diferencia entre el profesional bilingüe y el intérprete o traductor profesional. El profesional bilingüe seguramente tiene un buen manejo de más de una lengua en un área profesional específica. Estos profesionales suelen considerar que su conocimiento los convierte en intérpretes o traductores profesionales, casi por añadidura.

En esta semana mi colega y yo tuvimos un encuentro cercano con un profesional bilingüe que acompañaba a un experto en evaluación educativa en una conferencia en que trabajábamos. El primer día, se presentó ante nosotras como el intérprete personal del experto. Su acento indicaba con claridad su origen francófono y nos dijo que iba a ser él quien interpretara al español la ponencia del experto.  Como no soy una persona mal pensada, asumí que había sido contratado porque era intérprete profesional y sencillamente era uno de esos colegas con quienes nunca nos habíamos topado.

Yo siempre he pensado que parte del respeto por nuestra profesión se refleja en nuestra presencia, con la forma en que nos arreglamos y presentamos para trabajar. De manera que cuando el colega se presentó como quien va a sacar a su perro a pasear en una mañana de domingo, comencé a sentirme inquieta. La segunda inquietud surgió cuando vi que ocupó su sitio en la cabina contigua dos minutos antes de comenzar, sin probar sonido, sin material de trabajo. En fin, como no soy mal pensada, supuse que seguramente era nada más mi forma más obsesiva de hacer las cosas lo que me inquietaba.

Comenzó la conferencia. Debíamos tomar relay de él. Y un par de minutos después, se puso de pie. Detuvo la conferencia, y agitando los brazos vehementemente decía que no escuchaba nada, ante la sorpresa de todos los presentes y las miradas desconfiadas de todos posándose en ambas cabinas. Ciertamente un cable se había movido, pero él no se ocupó de verificar su material técnico de trabajo, no se ocupó de revisar si escuchaba o no antes de iniciar. No dirigió la palabra al personal de apoyo técnico antes de lanzarse al ruedo.

Trabajó solo por casi tres horas. Su concentración comenzó a mermar, su voz se hizo más y más monótona, hacía comentarios al micrófono a dos estudiantes de lenguas extranjeras que llevaba con él; y para colmo, detuvo la sesión nuevamente durante las preguntas y respuestas para hacerle comentarios a “su” ponente voz en cuello desde la cabina sobre cómo encender y apagar el receptor que usaría para escuchar los cuestionamientos.

Se ve que es una persona educada, tiene un lenguaje educado. Se ve que conoce al orador y el tema del que habla porque lo conocía desde antes y ya le había interpretado, pero … es un profesional bilingüe. No es un intérprete.

Dice que no lo hace con frecuencia, así que trabaja solo unas… 4 horas, que no hay problema. Dice que no hay quien lo haga en el sitio de donde viene. Dice que trajo a sus estudiantes para que aprendieran. Dice que es intérprete y dice que no ha estudiado para ello.

Y yo, agotada en dos horas y media como si fueran ocho, confirmo lo tristemente a la ligera que algunos toman nuestra profesión; confirmo que no basta con conocer la lengua y el tema; confirmo que debería estar prohibido que esta gente entrara a una cabina mientras no se convierta en intérprete; confirmo que el cliente final suele propiciar estas situaciones; y confirmo que la preparación es fundamental y que la profesionalización deberá encontrar mecanismos para evitar estas situaciones. ¿Se logrará? Francamente no  lo sé, pero lo que sí sé es que estos profesionales bilingües, que se hacen pasar por intérpretes, recorren nuestros centros de trabajo e invaden nuestras cabinas.

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